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Prólogo

  • midiarioenbolivia
  • 1 feb 2017
  • 4 Min. de lectura

Jueves 5 de Enero, 2017

(En viaje, Argentina)


Retiro

Como todas las mañanas previas a un viaje que promete ser tan potente, la ansiedad era el síntoma corporal que lo dominaba todo. Repiqueteo de dedos, golpecitos en el suelo con los pies, kilometros caminados en círculo y el típico repaso mental de todo lo equipado. El micro con hora de salida 9:50 y todavía no había llegado cuando el reloj delator marcaba las 10:25. El clima templado en esta época del año fue una primera bendición para esperar sin tanto sufrimiento. Dos mochilas, una adelante y otra atrás, carpa, bolsa de dormir, aislante, jarro, hornalla eléctrica, trípode y ropa. Variadas lecturas, documentos, dinero en efectivo y Mi Diario en Bolivia.


Se hacen las 10:30 y el micro llega con su butaca mágica que logra calmar toda la ansiedad previa. Nos ubicamos con mi compañera de viaje (Erika) y toda la tensión se relaja. Nuestro micro Almirante Brown zarpa y comienza a surcar las olas de la panamericana alejándose cada vez mas de la Gran Ciudad.

Las horas pasan y el rumbo fijo al Noroeste sigue en pie hasta que la eterna ruta 34 se encuentra inundada a la altura de Rafaela (Santa Fe). Después de unos instantes de vacilaciones, se decide desviar por la ruta 10 perdiendo casi una hora de viaje pero ganando una hora de intenso calor.


Va cayendo la tarde y la ruta nos regala un atardecer memorable de charla con música desde nuestros asientos 1 y 2. Llegamos a Ceres (Santa Fe) y al “Parador 34” donde 40 minutos, el calor y los bichos se pasan como si nada. Mejor, hay que seguir viaje.

Cae la noche oscura y lluviosa sobre Santiago del Estero. Lo mejor para esos casos es dormir, por lo que no nos apartamos de la norma.


Cuando atravesamos Tucumán me despierto en medio de la noche con ganas de bajar al baño. Intento frustrado: una “cholita” (prefiero “colla”) me obstruye el paso…en una demostración de inteligencia superior la veo acostada sobre el piso del micro durmiendo con un montículo de frazadas como colchón ¿Para qué sufrir las incomodidades del asiento? Así que vuelvo a mi lugar desplegando nuevamente el manual de contorsionismo para adecuarme a la siempre incomoda butaca. Vuelvo a mis “formas” y duermo. Lluvia.


Viernes 6 de Enero, 2017

(En viaje, Argentina)

7 AM duermo y despierto al grito de “20 minutos para desayunar”. Bajo y entre tumbos me siento en una mesa. Entramos en Salta. Un cortado, medialunas y AZÚCAR ($45). Resucito de entre los dormidos y sigue la lluvia entre las lomas verdes de Salta.

Metán (Salta)

Jujuy nos recibe con más lluvia en San Salvador y nos acompaña por varios kilometros. Las curvas acaracoladas nos llevan por toda la puna, cerros multicolores nos dan la bienvenida real a la altura. Quebrada tras quebrada, llegamos a Tilcara, donde como un dejavú voy reconociendo como en fotos la geografía que alguna vez descubrí a los 12 años en los viajes con mis viejos. Después me duermo.


Despierto y veo un camino recto atravesando una interminable planicie. Chequeo el GPS y noto que pasamos Humahuaca. Nunca estuve tan al Norte. A cada momento voy superando mi marca. Miro a un costado y el pequeño que había ocupado el asiento vacante (Nº3) en San Salvador de Jujuy. Solo lo inquieta su madre, una mujer colla de rasgos duros pero que pronto deja descubrir una sonrisa de oro ante mí: “¡Como dúreme!”


-¿Falta mucho?- pregunto iniciando la charla.


-Estamos por llegar a Abra Pampa- contesto complacido de poder romper la barrera cultural que sentía- ¿De donde son?


-De Cochabamba, vamos para allá- contesto con el niño en brazos (Cristian)


La charla se diluyo pero fue satisfactoria.


Sensación de victoria tras 28 horas de viaje, alegría general. “BIENVENIDOS A LA QUIACA – USHUAIA 5121 KM” reza el clásico cartel. Cristian despierta algunos pocos kilometros antes.

Erika corre al baño y voy a buscar las mochilas con el ticket en mano mas $10 que no fueron necesarios porque las habían tirado al piso, arrumbadas, las agarre y me escabullí en la muchedumbre. Erika vuelve y me ayuda a cargar mi equipaje (parece que me va a costar el resto del viaje cuando ella ya no esté). Empezamos a caminar por la calle Belgrano.


-¿Sentís la Altura?- me pregunta ella.


-La verdad que no por suerte…-respondí aunque agregue precavido- …Por Ahora.


Caminamos las casi diez cuadras hasta la frontera. Dejamos las mochilas en el piso al llegar a la fila. Sofocón, calor y fuerte olor a cloaca sobre el puente que hace de enlace internacional. En eso escucho a un costado: “…el oxigeno deja de llegar al cerebro, por eso se te nubla la vista”. Las palabras de un padre a su hija parecieron iniciar un proceso de derrumbe físico: dificultad al respirar, dolor de pecho, la cabeza y oídos zumbando. La miro a Erika pálida con una gota de sudor en la cara. “Me siento mal” fue lo que me llego a decir para completar el panorama. En fracción de segundos, la vista se me empieza a nublar, “voy a vomitar” pienso, las piernas tiemblan, el sol, se sigue poniendo todo blanco. “No voy a poder, me vuelvo a casa” repite una voz en mi mente. Mi compañera se va a sentar, me deja sin sostén y con la responsabilidad de arrastrar las mochilas hasta el límite.


“Te bajo la presión, toma algo dulce” dijo alguien detrás en un momento. Erika sentada, yo de pie y todo blanco, no veo. Un minuto, dos, eternidad. “Tengo un caramelo” escuche adentro nuevamente, saco una pastilla no sé de dónde. El efecto fue rápido, volví a ser yo.


Chicle y Coca Cola fueron la salvación de mi compañera. Ahora sí, empezamos a avanzar en la fila y empezamos a hablar con la señora de atrás, nuestra redentora. Cochabambina, venia con ¿su hija?, y nos recomendó pastillas en la farmacia, además nos aconsejo tomar sopa y comer frutas. Le contamos de nuestra travesía y despertó nuevamente las ilusiones apagadas por la altura: Potosí, Cochabamba, La Paz y Copacabana. “Vayan a los museos” nos advierte, quizás algo de historiadores se adivina en nosotros.


Llegamos a la ventanilla y en un frenesí inexplicable entramos a BOLIVIA.


Gastos:

Pasaje Retiro – La Quiaca: $1880

Desayuno: $45


 
 
 

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