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En las Minas de Sangre

  • midiarioenbolivia
  • 13 feb 2017
  • 4 Min. de lectura

Domingo 8 de Enero, 2017

(Potosí, Bolivia)

La Sorochii Pills de la noche anterior fue de gran ayuda y los dolores de todo tipo se fueron. Me desperté a las 6 A.M., celular descargado, lo enchufe y fui al baño. Entre las 6 y las 7:30 (hora del despertador fallido) me la pase pensando el domingo en el umbral del Hostel mirando la lluvia caer con furia sobre las casitas coloniales.

El ideal era: Mina a las 9hs, Museos (al regreso), Uyuni a las 14hs como para llegar allá a las 18hs. La desperté a mi acompañante, se fue a bañar y después desayunamos. El reloj nos corría así que terminamos rápido, desocupamos la pieza y guardamos las mochilas en el depósito.


Fuimos a la casa que ofrecía los “tours” con la lluvia ahora sobre nosotros. Regateando conseguimos la visita a la mina por 55bs. Esperando a otros dos argentinos cruzamos las primeras palabras con Marcos, quien seria nuestro guía. Un colla simpático que nos abrió la puerta para entender lo que se podría llamar “idiosincrasia” de Potosí. Al rato, llegaron los argentinos, tucumanos ellos, con mucha buena onda (Alejandro y Luciana). Nos subimos entonces a una trufi (“miniban” adaptada para llevar pasajeros como las trafics argentinas) para seis y fuimos hasta el mercado minero.


Una vez allí, Marcos nos explico que los mineros pueden pasar hasta 36hs sin comer y para eso la coca junto a unas piedritas con stevia son fundamentales para aguantar el hambre. Nos explico además que se usa un alcohol puro de 96% para ofrecerle al “Tío” (deidad protectora de la mina) ya que este necesitaba ofrendas cosas puras para devolver minerales puros. Seguimos avanzando con la camioneta por la ladera del cerro y ya se empiezan a ver carteles de la COMIBOL aunque ella no explota de manera exclusiva la mina, sino que el 80% pertenece a “cooperativas mineras”, una farsa de 20 mineros que se reúnen para explotar el Cerro con empleados contratados. Llegamos entonces a una casita donde nos cambiamos y empezamos el ascenso a la mina.

“Disfrazados de mineros”, pensaba, fuimos hasta un pequeño puesto atendido por una colla anciana a la cual le ofrecimos coca como regalo. En eso, de más atrás llego otra vieja hablando en Qhishwa (forma correcta de escribir “quechua”). Marcos nos hizo de traductor por un rato y nos conto que ella también quería coca porque iba a estar todo el día y toda la noche cuidando la mina.


Llegamos entonces a la entrada a las entrañas del Cerro Rico. La ansiedad del trayecto, dudas y miedos de estar en un lugar cerrado, bajo toneladas de roca debían desaparecer en ese momento según nos dijo nuestro guía. En la boca del túnel había unas manchas negras, sangre de llama del último sacrificio para brindar buenos augurios a los mineros.

Comenzamos a caminar por el centro de las vías de los carritos que sacan el mineral. Entre lodo y charcos de agua iban las botas de estos cuatro atrevidos turistas y el guía. Doblamos en la primera esquina y vimos la escultura del Tío. Su nombre provenía del origen mismo de la leyenda. Aparentemente los españoles llegaron al Cerro Rico en la época de la colonia y los nativos huyeron. Para traerlos de nuevo, los sacerdotes de la iglesia católica, inventaron al malvado diablo de la mina que iría a buscarlos uno por uno si no regresaban a las oscuras profundidades a extraer la plata. Ese diablillo fue resinificado por los nativos como protector y alma de la mina, comenzando a llamarlo Dios de la Mina, pero como en Qhishwa no se utiliza la letra O, fue Di´s el sonido que salía de sus bocas. Las deformaciones hicieron del Di´s un Tío de la Mina. Supuestamente en la mina no puede entrar otra deidad que no sea él, sin embargo más adelante nos encontramos con un segundo santuario dedicado a un Cristo crucificado. Marcos nos conto entonces la leyenda de su aparición a un minero que lo salva del Tío. Pero parece más sensato creer que ante la resignificación del demonio de la mina, la iglesia no podía tolerar su adoración, para lo cual introdujo a aquel Cristo de la Mina. Cosas de la dominación.

Plata, Zinc, Cuarzo, entre otros fueron los minerales que vimos en las vetas, pero lo que más me impresionó fue el agua roja y espesa proveniente de las filtraciones minerales, yo prefiero explicaciones menos lógicas y ver en ella la sangre y sudor acumulada de tantos collas y africanos sacrificados al verdadero Dios español: La avaricia.

La travesía siguió EN LAS MINAS DE SANGRE y Marcos nos jugó una mala pasada cuando nos invito a apagar las luces de los cascos y guardar silencio. Era realmente sobrecogedora la sensación en el medio de la oscuridad. La segunda jugada tramposa vino después cuando nos hizo trepar por unas rocas hasta un hoyo para ver más adelante unos pozos infinitos. Una vez comprobado el peligro de la mina nos hizo bajar por uno similar por una cuerdita seguida por una endeble escalerita de madera.

Tuvimos una nueva parada donde nos obsequiaron, guía y montaña, unas rocas con plata y zinc. Allí, en ese lugar tenebroso pero legendario, tuvimos la primera charla sobre Potosí y Bolivia.

Ser potosino es muchas cosas pero principalmente es ser minero. Todo hombre debe demostrar su masculinidad trabajando aunque sea una vez en su vida en aquel oscuro lugar del mundo. Ser potosino es ser orgulloso del trabajo, del sudor, del esfuerzo físico de los hombres, esos que mueren cerca de los 30 años por petrificación de sus pulmones, y también de sus mujeres, criadoras de los niños que serán sacrificados a la vida en la mina cuando sus padres partan a la otra vida. La vida en Potosí puede llegar a ser muy dura si se mira a la agotada montaña, que ha perdido 500 metros en más de 400 años, y no se buscan otras alternativas más redituables como el turismo. Esta fue mi experiencia en las minas de Potosí y el Cerro Rico con su color rojo, de sangre.



 
 
 

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