Sin Rumbo
- midiarioenbolivia
- 16 feb 2017
- 2 Min. de lectura

Volvimos a la ciudad y fuimos a comer con los amigos tucumanos. Pedimos un plato hecho con grandes trozos de cerdo y papa con una abundante salsa picante. Costó mucho comerlo y terminarlo. Resolvimos envolver lo que quedaba y regalárselo a alguien que lo necesite en la calle porque realmente sobró mucho. La beneficiaria de semejante plato fue una viejita que pasaba por el centro cubriéndose de la lluvia, su sonrisa de oro me dio a entender que fue feliz.
¿Y ahora? Los museos cerrados hasta el martes, Uyuni lejos para ver el atardecer, no veíamos otra salida que irnos a Sucre. El salar y los museos quedaran para el martes o para otro viaje. La decisión estaba tomada y nos fuimos a la nueva terminal para sacar el boleto a lo que seguía. Fueron 20bs sin regate lo que costó el pasaje a “La Ciudad Blanca”. Entre la resignación y la angustia por dejar atrás nuestro primer amor de viaje recorríamos los valles más espectaculares que había visto hasta allí. Saque algunas pocas fotos con el celular porque la cámara estaba sin batería. El viaje nos regaló algunas experiencias lindas como una señora que amablemente cedió dos humitas compradas en la ruta para saciar el antojo de mi compañera.

A sucre entramos casi por un embudo que se abría entre dos montañas y nos regalaba la primera vista de la ciudad adelante y abajo. La tarde venia cayendo y llegamos al final del recorrido a las 19hs. Bajamos sin entender mucho nuestro mapa-machete y pedimos un taxi que entendía menos que nosotros a dónde queríamos ir. El lugar elegido desde Buenos Aires había sido en hostel Wasi Masi, pero al llegar con todos nuestros bártulos y una buena charla encima con el taxista nos enteramos de lo costoso de pasar la noche allí. Caminando en la noche sucrense conseguimos otro por 75bs (Hospedaje Urcullo) por una habitación doble, TV, WiFi, baño y ducha compartida.

La realidad es que pase el resto del día en la cama recuperándome de 4 días seguidos de viajes. El entorno era deprimente, en la calle ruidos, gritos, ladridos. Sucre no me estaba gustando, extrañaba Potosí. Lo único bueno hasta el momento era la ausencia de la altura sofocante que nos había pesado en los hombros los días anteriores. Aún no sabía todo lo que Sucre tenía guardado para mi.
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