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Viajar de Noche a Vallegrande

  • midiarioenbolivia
  • 19 abr 2017
  • 5 Min. de lectura

Miércoles 11 de Enero, 2017

(Vallegrande, Bolivia)

Después de casi dos días vuelvo a escribir. Fueron horas agitadas, necesito un descanso y no lo voy a tener. Lo que parecían ser unas placidas vacaciones, comenzaron a recorrer los caminos de lo impensado. El miércoles 11 amanecí en Sucre y espere hasta las 11 para desalojar la habitación. Los giros románticos que había tenido la noche anterior al cenar en un restaurant con vista a la ciudad, situado a pocos metros del Paseo de la Recoleta, pasaron a un largo camino cuesta arriba que ahora puedo relatar desde una habitación en Vallegrande.

Después de bañarme y dejar todo en orden para el próximo habitante de mi pequeña habitación en el Maya Inn, deje el equipaje en la administración del hostel y salí a buscar pasajes hacia mi próximo destino a la terminal. Allí me encuentro con la noticia que lo planeado vendría a sufrir sus pequeñas modificaciones. El pasaje a Vallegrande no existía. Para llegar allí debía tomar un servicio a Santa Cruz y de allí otro micro al pueblo de destino, remontando buena cantidad de kilómetros. Otra opción era tomar el mismo bus pero hasta Mataral y esperar allí a la 1 A.M. el bus que se dirija al destino tan deseado. Opte con mucho pesar por la primer opción, principalmente por desconocer el terreno en el cual me iba a mover y por seguridad, ya que ahora había empezado a viajar completamente solo. Entonces, por 120bs debía esperar mi bus a Santa Cruz para las 16hs por terminal 14.

Sin mucho que hacer, volví al centro a comprarme un libro que había quedado pendiente de la tarde anterior, además de un poco de jamón y pan para almorzar en el Paseo de la Recoleta. Cuando me senté en sus antiguos bancos que rodean la plaza a disfrutar de la paz del lugar, me encontré con un grupo de “gringos” ruidosos jugando con un frizbee y escuchando música a todo volumen. La escena molesta aunque simpática se convirtió en una verdadera atracción cuando un grupo de 4 locales los desafío a un partido de football en las alturas de Sucre. Me acerque a la fuente del centro de la plaza, donde emanaba la música, y me puse a charlar en un delicioso ingles con una de las integrantes de aquel grupo. Supe que eran irlandeses, australianos e ingleses que andaban conociendo América Latina. De aquel encuentro me lleve los buenos deseos de aquel grupo en mis próximas rutas.

La diversión terminó y empezó el tedio. Volví al hostel para liquidar las 2hs que me quedaban hasta la hora de partida. Me dormí en un incomodo sillón para luego salir despedido a la terminal. Llegue bien pero nada es seguro en Bolivia.


“Terminal 3” me dijo el que me vendió el ticket (terminal 14 decía mi boleto). Después de cobrarme el odioso “derecho de terminal”, salí a la explanada donde partían los buses pero el mío no había llegado. Luego de esperar un rato y de haber detectado de manera intuitiva que un micro estaba cargando pasajeros a un costado de las dársenas, me acerque a ver que había. Presente mi ticket con desconfianza, ya que el bus no pertenecía a la empresa que me lo había vendido, pero aparentemente estaba en el lugar correcto. Despache mi equipaje y subí a sentarme en mi lugar de ventanilla, pero solo por unos minutos, ya que mi asiento estaba mal y terminé del lado del pasillo. La empresa era ORURO II, pésimo servicio y caro para lo que es Bolivia.


Arranco la travesía de más de 13hs por las sinuosas rutas bolivianas en medio de la noche. Frenadas repentinas, paradas a orinar en el medio de la noche, cena en un lugar de mala muerte del cual preferí no comer, gente extraña, malas miradas, curvas pronunciadas, un gringo loco detrás que daba patadas en mi asiento, el reloj marcando las 2 A.M., dolor de espalda, calor, frio. Prefiero no volver a recordar lo que fue el peor viaje de mi vida. A las 5 A.M. y de forma milagrosa estaba en Santa Cruz de la Sierra.



Jueves 12 de Enero, 2017

(Vallegrande, Bolivia)

Santa Cruz y yo deseando no haber venido. Cinco de la mañana y me subo a un taxi hasta la “Plaza Oruro” para tomar algo a Vallegrande. El taxista amable pero caro me deja en la plaza y me guía con un grupo de taxistas. El panorama era siniestro. Mi mochila y yo en el medio de la ciudad más peligrosa según los noticieros de Bolivia, rodeado de taxistas extraños al boliviano que había conocido hasta el momento. Calor sofocante como en Buenos Aires y el día que no termina de despertar. A las 7 A.M. sale una minivan (trufi). Me quedo ahí sentado, espero, observo callado el panorama. La gente tenia rasgos guaraníes, bien conocidos por mis viajes a Corrientes con mi abuelo, algún que otro chamamé se escapa de las radios de los desvencijados autos que esperan rumiantes algún pasajero perdido. Algún que otro colla perdido se deja ver, pero son los menos.


La trufi aparece y dudando encaro al conductor. Por 50bs consigo a Vallegrande con una católica charlatana, su hija, su hermana, un paraguayo y dos collas (madre e hija). Arranca aquella pequeña capsula con ruedas a desandar el camino que ya había hecho con el bus. La ruta era sinuosa pero los paisajes espectaculares: los primeros pueblos hasta el Mataral brotaban de alegría y movimiento. Gente que iba y venía de los mercados o que venía a ofrecer sus frutas y productos campesinos.

A partir del cruce el camino se transformo en una ruta pegada a las montañas que surcaban extensos valles llenos de verdes y con un sinfín de pequeñas granjas. Poco a poco voy recobrando el ánimo, a pesar de mi estomago vacio que añoraba algo de comida, mi viaje a Vallegrande empezaba a despertar los engranajes de mi imaginación. Casi como reproducción fílmica podía ver al Che escondido en alguna quebrada, saliendo al encuentro de algún grupo de militares o abasteciéndose de agua en alguno de los riachuelos que cruzaban los valles. Poco a poco me voy metiendo en la historia que fui a buscar allí y todo empieza a recobrar su sentido.

El chofer que pareció amable me dejo tirado en la terminal cerca del mediodía, por lo que tuve que tomar un taxi al Hostel Juanita, donde la dueña me recibió excelentemente. Por 60bs pase la noche sin Wi-Fi, ni desayuno, ni noticias del mundo exterior.

Lo único que quería era una cama y algo para comer. Fue un poco de jamón en mal estado y el pan de Sucre lo que me salvo de la inanición. Me bañe rápidamente y me acosté a dormir una siesta que pudiera reparar el ajetreo de dos días de viaje...



 
 
 

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