¿Ruinas? de Tiawanaku
- midiarioenbolivia
- 10 jul 2017
- 5 Min. de lectura
Domingo 15 de Enero, 2017
(Tiawanaku, Bolivia)
Mucho no dormí, me levante temprano tipo 7AM. Me preparé rápido y baje para pedir un taxi al cementerio, desde donde salen las trufis a Tiawanaku. Al llegar contrate el primero que salía a las 7:30 por solo 15bs. El chofer me invita a subir y esperar a que se llene. De mi experiencia en Santa Cruz sabia que las trufis no salen cuando dicen salir, sino cuando están llenas de pasajeros.
Adentro todos dormían, una abuela con sus dos nietos, un joven con pinta de gringo, una mujer con vestido al estilo “hippie andino”, uno gordo atrás y otro más alto y gordo a mi costado. Este último, se despierta y empieza la charla. Los dos gordos y la mujer resultaban ser argentinos que iban a Tiawanaku a buscar energías o no sé qué. Era muy temprano para escuchar gente hablar de semillas, fuerzas, piedras cargadas, presencias, auras, ánimas, etc. Mi escepticismo de siempre asentía a cada frase para no ser descortés. Media hora ya había pasado y la trufi seguía esperando para llenarse. Solo con la protesta general de los pasajeros, el chofer se decidió por subir y arrancar.

Después de unos pocos metros rodados, la mujer que estaba en la parte de adelante (Violeta) lanza un grito a un transeúnte con cara de dormido. Gorro, bandolera y ropas sencillas lucia el extraño a la hora de abordar casi de casualidad la misma trufi que nosotros. Al parecer, el amigo de los tres argentinos, venía a Tiawanaku y se sentó a mi lado. Resulto ser Edmundo Pacheco, un amauta (medico andino) reconocido en La Paz que había participado en los rituales de asunción del mismísimo Evo Morales. Nos fue contando algunas historias en el viaje de una hora que separaba la Gran Ciudad con el sitio arqueológico. Nos mostro los 7 picos nevados que rodean el altiplano donde nos trasladábamos. Nos conto sobre su iniciación en las ruinas donde su maestro lo había dejado sentado durante 3 días solo con hojas de coca, aprendiendo las formas de comunicación de los antiguos. De a poco nos íbamos metiendo en el túnel onírico que sería la visita a Tiawanaku.

Llegamos finalmente al sitio. Información IMPORTANTE: ¡la entrada para extranjeros sale 100bs! Un precio que no esperaba pagar pero que tuve que aceptar. Edmundo se convirtió inesperadamente en un guía ad honorem y nos comenzó a hacer una visita guiada sin esperar nada a cambio.
Empezamos por los museos de cerámica y utensilios de los primeros habitantes de Tiawanaku. Nuestro amauta iba recuperando a cada paso el significado de todo lo que veíamos. Todas las cosas tenían un sentido diferente dentro de una cosmovisión diferente.

El momento más sublime fue cuando nos sentamos delante del monolito más grande del sitio, ubicado dentro del museo y nos explicó el significado de cada una de las cosas que se veían en él. Desde la posición de las manos, representación del apoyo de todos los hombres por sus antepasados, hasta las trenzas en forma de Cóndor. La experiencia fue totalmente inarrable hasta ese momento, pero algunas reflexiones quedaron dando vueltas en mi cabeza: ¿el origen de los dioses, presentes en todas las culturas del mundo, no serán la representación de nuestros antepasados? ¿No serán nuestros abuelos esos seres mitológicos que dieron vida a nuestras familias?

Salimos los cuatro argentinos con nuestro maestro del museo con la cabeza en otro mundo y entramos al sitio arqueológico (¿arqueológico?). Logré con mi cámara hacer algunas tomas de lo que nos explicó Edmundo sobre arquitectura, monumentalidad y su conexión con lo espiritual.
Al parecer Tiawanaku había sido el origen de la humanidad. De allí, después de una fuerte sequia se expandieron los pueblos originarios por América intentando sobrevivir. Tanto es así que nos contó la historia de una abuela Selkman de Tierra del Fuego que asistió a una de las fiestas del Inti Raymi y entró llorando por volver a la ciudad de sus abuelos. Las líneas de conexión recorrían todo el continente por generaciones. El sitio en si habría sido un centro ceremonial donde los mejores hombres y mujeres aprendían los oficios de los abuelos. El momento en que empecé a creer fue cuando Edmundo, que ya había logrado un buen número de seguidores, nos invito a escuchar en una piedra ahuecada con la forma de un oído humano (ver video) y pudimos oír las voces de los visitantes a unos 200 metros de distancia. Tiawanaku aun estaba con vida.

Hicimos un parate cerca de las 12 del mediodía y mis nuevos amigos argentinos me invitaron a unos sándwiches de asado que traían consigo. Nos sentamos a compartir la comida y a descansar, mientras empezábamos a romper con el mito de las casualidades. Evidentemente tenía que encontrarme con ellos, tenía que viajar solo y tenía que haber ido a Bolivia para hacer este camino hacia la iluminación. Mi cabeza muy cerrada a lo material, lo factico, lo concreto hacia humo por cada rincón. Después del descanso visitamos uno de los puntos neurálgicos del sitio: el centro. Allí estaban las caras de todos los condenados sobre la pared y en el centro se erguían tres monolitos alineados con las estrellas. Fue al mirar al cielo para seguir la línea imaginaria que trazaba nuestro guía cuando vimos que se manifestaba un arco iris circular sobre nuestras cabezas. El momento fue de mágica excitación. Les dejo fotos y videos.
Por supuesto visitamos la Puerta del Sol y el Kalassasaya pero el punto más fuerte fue sobre el final, en el Puma Punku. Según el relato del guía ese era el camino final de los iniciados. Al llegar a un risco tomaban el vuelo del cóndor que los conduciría a la nueva vida. Allí abrí mis alas y sentí correr el viento entre mis dedos. No creo volver a sentir esa sensación en mucho tiempo, la imagen todavía se me aparece en sueños. Tocaba la hora de volver, cargado de energías. Esas energías que había despreciado cuando en una demorada trufi cuando el argentino (Rumy) hablaba de todas “esas cosas”.

Eran las 6 de la tarde y la vuelta se hizo larga. De Tiawanaku volvimos en una trufi que nos dejaría en la estación junto a un borracho renegado que se había puesto agresivo y lo tuvimos que bajar. La estación a la que se referían era la del Alto y fue allí donde tuvimos que bajar con bastante fastidio. Edmundo tuvo la idea de hacernos conocer el mercado de El Alto en donde se podía conseguir, literalmente, cualquier cosa (lo que sea). Paramos allí un rato a tomar un “api”, una bebida a base de maíz colorado muy rica. La gente que pasaba nos miraba raro y la noche empezaba a caer. Decidimos no correr riesgos y escaparle al frio que empezaba a caer tomando uno de los teleféricos. Bajamos por esas cabinas rojas tan características últimamente en La Paz hasta la estación cementerios y allí caminamos hasta la calle América donde estaba el Loki Hostel. La despedida con aquella familia de locos fue muy grata y nos pasamos los teléfonos para un próximo encuentro.
Esa noche hubo fiesta en el Loki. Entre cóndores y tiwanakotas me sume con los amigos que había dejado en esa habitación 504 donde me empezaba a sentir cómodo de viajar solo.
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